... a la voluntad pura, a la voluntad santa de tan perfecta. En una sociedad orientada al dinero los pobres no podemos más que ser objetos de desprecio y algo de rencor que asomar finalmente por las ventanas de nuestras almas, en lo que decimos y en lo que hacemos.
Las valoraciones éticas se superponen a los acontecimientos del mundo. Hemos decidido que ocurra así: que la coloración de la perspectiva peculiar se añada al diseño en blanco y negro de los acontecimientos. Que cada uno se sirva la interpretación que mejor le conviene a su salud física y a su estabilidad mental.
No tendría que resultarnos demasiado difícil encontrar un muestrario de argumentos adecuados para aquellas elecciones dudosas que hemos efectuado en el curso de las acciones. El fin legitima lo que sea.
La vergüenza personal, el espejo en el cual yo –cada uno- me contemplo por dentro no debe considerarse sino como una superstición correspondiente al tiempo en el que se creía en la existencia de las almas.
Nosotros somos sujetos hipercríticos. No nos hemos hecho todavía dueños de nuestras vidas, no hemos garantizado al conatus una persistencia real. Pero estamos en camino, deshaciéndonos de espíritus hostiles, de entrañas en exceso sensibles, en la senda de convertirnos a una frialdad de la existencia que ya no necesita las valoraciones, ni aunque estén meramente superpuestas.
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