12 de julio de 2013

Cada julio

Los sanfermines.

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Me gusta este fragmento sobre Ortega:
El nuevo punto de partida estaba en comprender el acontecimiento que es «nuestra vida» (para cada cual la suya) como la única realidad y la más radical, siendo las demás realidades abstracciones en ella radicadas, como el yo y la circunstancia; que la vida es quehacer, actividad, no ente, cosa o sustancia; que esa actividad que constituye a la vida tiene un carácter dramático por estar o pertenecer (incluso se podría decir «ser») en un tiempo y porque en cuanto quehacer de un yo en un mundo o circunstancia ajeno, ontológicamente extraño, no está ni asegurado ni orientado. (También se podría decir que es radicalmente libre y, al mismo tiempo, que está radicalmente condicionado por las dificultades y opacidades que le surgen al yo desde el paisaje o circunstancia). (José Lasaga, "El mono fantástico", en Revista de Occidente)
Sintético y muy escolar.

Igualmente me convence:
No fue, ni mucho menos, Ortega el primero en proponer una enfermedad como origen de lo humano. Con distintos matices, lo hallamos en Hegel y sobre todo en Nietzsche; también en Freud y en nuestro Unamuno que usó un lenguaje de una extraña contundencia para describir la razón como origen de la enfermedad humana: «Un mono antropoide tuvo una vez un hijo enfermo, desde el punto de vista estrictamente animal o zoológico, enfermo, verdaderamente enfermo, y esa enfermedad resultó, además de una flaqueza, una ventaja para la lucha por la persistencia. Acabó por ponerse derecho el único mamífero vertical: el hombre». La enfermedad es la razón porque aparta al hombre del seno de la naturaleza, una naturaleza probablemente creada por Dios. Para Unamuno, la expulsión del paraíso empuja al hombre a un destino marcado por la carencia no solo de bienes materiales, sino, y sobre todo, de carencia de inmortalidad: la razón siembra la duda y hace imposible la fe ingenua en la inmortalidad de la carne, que, en cierto modo, conservan los animales al ignorar su propia muerte. La razón obedecerá siempre a un impulso que, en su fondo más íntimo, es trágico. Unamuno coincide con otros vitalistas de su tiempo como Bergson o Spengler que no creen en la versión optimista de la evolución darwiniana, fruto de la ciencia positiva. (Ibíd.)

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