Quien alguna vez haya frecuentado la mística revolucionaria sabe bien cuánta sed de catecismo, de Verdad revelada, de explicaciones únicas e indiscutibles, cuánta nostalgia de Dios escondía todo aquel materialismo aparente. No por casualidad el declive de las creencias ultraterrenas tradicionales que se produjo en el siglo XX fue acompañado de una eclosión de la política transmutada en fe. A la postre, una continuación de la religión por otros medios.
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