Hay algo de endemoniado orgullo en la pobreza, en la terquedad de un Leon Bloy. Un escándalo en los salones del mundo.
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Un sistema contiene una mentira inflada. (No representa más que un desarrollo de lo que era una duda vivida, pero transformada, disecada, como certeza inquebrantable.) La cuestión esencial de la existencia o de la metafísica, que sí o que no (Ser en vez de Nada), aparece en una intuición súbita, no en la carga de categorías añadidas, en párrafos largos y tediosos en los que se explaya la idea (y la vanidad del que la ha descubierto). De Hegel salvaríamos el "Fragmento-sistema", una intuición de juventud. Lo que viene después es plomizamente prusiano.
Se puede ser irreligioso, pero qué difícil prescindir de la tentación teológica.
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Leer a Bloy por navidad, alguien que aprieta tanto el contenido de la fe, exprimiendo cuanto puede, que roza la herejía. Un desesperado, del que Nietzsche es el primo ateo y Dostoievski el uno y lo otro, el castigo y la redención (o la demanda de redención por vía de una piedad voluntarista).
Amamos de Bloy la pobreza y el frío, el escupitajo arrojado al mundo, ad maioren gloriam Dei.
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Mirar también lo que me cuenta V. G. P.
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