Un adulto que tropieza en los mismos enredos lingüísticos que un niño es lo mismo que el que a edad avanzada se entrega a los juegos filosóficos, sin haber asimilado que ese deporte pertenece a la juventud, sin advertir el ridículo. El de especular cuando los hombres serios se dedican a los negocios, o como mal menor se han convertido en clérigos (de la ciencia social o de cualquier secta).
De todas maneras me parece que estamos delante de lo mismo: la filosofía como el lenguaje de vacaciones. Y que no quiere volver.
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