Escribe Rodney Graham que, cuando encontró la máquina, tuvo la sensación de que nadie jamás había escrito una sola palabra con ella. Estaba en su caja, flamante, inmaculada “como si hubiera estado perfectamente preservada en una cápsula del tiempo” (Graham 2004, 154). Descartada de la línea del tiempo, abandonada y dejada a un lado del curso del progreso, la máquina mantenía, sin embargo, toda su potencia absolutamente intacta. Era pura promesa. Un objeto sin ningún tipo de memoria de uso, pero al mismo tiempo cargado de futuro. La obsolescencia se presentaba allí de modo radical. Un objeto muerto antes de haber comenzado a respirar. (mahn)
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Humm!
Como ha observado Jorge Carrión, la serie –entre otras muchas cosas– plantea una genealogía de la tecnología contemporánea en el ámbito de la psicodelia: “Internet fue pensado por consumidores de LSD que trabajaban para el MIT, la Universidad de Berkeley y el Departamento de Defensa.”Y este origen retorna en el presente tanto a la manera del trauma –en el caso de las “víctimas” de los experimentos, como sucede con la agente Olivia Dunham– como del complejo de culpa –el del científico Walter Bishop–, pero sobre todo retorna a través de la resurrección y reactivación de los dispositivos que fueron descartados y desplazados tiempo atrás. Tecnologías cuya potencia fue cortada en un momento determinado y sin embargo sigue estando latente.
¿Lost transladado a la tecnología?
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