Mucho de lo que se escribe, la mayor parte en realidad, debería espantarnos. Me refiero a lo mucho que escribimos nosotros, no a la literatura de uso y consumo. (El comercio es una actividad legítima como cualquier otra, aunque literariamente no diga nada y sólo sea difícil determinar hasta dónde llega el poder económico en el ámbito literario. La muerte electrónica de la autoría también debe indicar o significar, en parte, la muerte del comercio literario -de los derechos de autor.) Encontramos anotaciones de hace un año, de hace dos o de hace cinco, y no sabemos hacia dónde nos encamina ese sendero que abrimos en el bosque. Falla el contexto, porque buena parte del significado de los que decimos depende de situaciones del momento que no se fijan en la memoria, o que se fijan muy adentro y es igual que si se olvidaran o nunca hubieran ocurrido.
Por ejemplo, percibimos un engaño y eso mismo nos hace recordar una obligación que sabíamos que habíamos contraído, imponiéndonos obligaciones que no nos dejan entretenernos en futilidades. Así son la mayoría de las conversaciones, de los pequeños negocios que emprendemos en sociedad. No sé si el engaño, constatado, en ese sentido tiene alguna utilidad, en la medida en que nos devuelve al camino correcto. Quizás nos haya ocupado demasiado tiempo, o nos haya hecho olvidar o no tener claro qué es exactamente lo correcto, las obligaciones que nos impone y cómo tenemos que llevarlas a cabo para poder pensar finalmente que ha valido la pena. Al respecto de la anotación de febrero de 2006 (Deception) se me pierde buena parte de la paradoja, porque ésta debe ir ligada a una particular emoción o estado de ánimo. Sé, no obstante, a qué estaba obligado, a lo mismo que estoy ahora, manteniendo las mismas dudas. Atisbar en letras pasadas y muertas el esquema de una emoción, la forma de un estado de ánimo que debía suscitarse por tales o cuáles circunstancias, no me soluciona nada, sólo me hace más difícil entenderme y considerar la validez -o no- de los caminos que terminan internándose en el bosque y perdiéndose en él, por así decirlo.
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Manuel Castells, Observatorio global, Ediciones La vanguardia:
No podemos vencer la tentación de creer que los sabios también se equivocan y que pueden ser injustos en sus apreciaciones. Acerca de la valoración de las diversas formas de nacionalismo, ésa es la impresión que me queda de la lectura de ciertos artículos que se recogen en la recopilación. Desde esta provincia del sur es muy difícil encontrar ese espantajo del nacionalismo español que se denuncia, y sí el dolor que producen esas identidades que se sienten o no se sienten (según Castells), como el amor, digo yo. Pero el amor no debe nacer para dañar.
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