“Por todo ello quiero hacer una llamada a los profesionales de la enseñanza para que vivan su profesión con el compromiso, con la exigencia y con el entusiasmo que puede y debe suscitar. Por todo ello quiero hacer también una llamada a la sociedad para que valore, ayude y quiera a los profesores.” (MASG)
“Por todo ello quiero hacer una llamada”: Esta moralina intolerable, insoportable, soberana, que mira a un lado y a otro, la sociedad y la profesión docente, señalándoles sus obligaciones mutuas -es nada más que el experto, provisto de las nuevas tablas, atrincherado en el saber. Sólo un genio de la política ha sido capaz de escribirlas: porque ya no se cree en los dioses (la teología), sino en la administración o pastoreo de los hombres (las ciencias de la educación).
¿Qué ocurre si el convocado no acude a la llamada? Si es tan grande su número o su complejidad que no se siente aludido. ¿Qué puede querer decir “quiero hacer también una llamada a la sociedad”? Se trataría de la parte que ha decidido indicarle sus obligaciones al todo, lo finito recriminando a lo infinito: un asunto imposible, impensable. Puesto que no es posible convocar a la sociedad entera, tendremos que ver aquí la costura retórica, y la simetría con la llamada a los profesores, esa pequeña sociedad (“grupo humano”) dentro de la sociedad mayor. No cuentan con una única alma (no en las sociedades plurales), pero cada una de las pequeñas almas que deberían conformarla es aleccionada convenientemente; compromiso, exigencia, entusiasmo. No obstante, a mí no me han convencido sus razones: ¿a los quemados teachers ingleses sí?
“Comparto el hilo argumental de Manuel Rivas en un artículo titulado Amor y odio en las aulas: «La escuela se ha vuelto más conflictiva porque cada vez alberga más tiempo de vida, más complejidad. Es el espacio de la la familia y de la relación comunitaria lo que se ha achicado. Para muchos adolescentes, la amistad, y también el odio, tiene por principal y casi única vía la puerta del colegio o del instituto. La conflictividad no es tanto un rechazo como un SOS».
Decía hace unos meses el filósofo Emilio Lledó: «Enseñar es una forma de ganarse la vida pero, sobre todo, es una forma de ganar la vida de los otros». No se gana la vida de los otros metiendo en su cabeza datos y conocimientos inertes sino enseñándoles a pensar y a convivir.” (MASG)
Manuel Rivas: si no quieres caldo, sírvete dos veces de la olla: la violencia, un SOS; en el fondo, una sana y santa conflictividad (así, como cualidad abstracta, quasi-idea platónica). Esta ecuación podrían suscribirla todos los criminales, porque quieren ellos que se les preste atención, convertirse en los amos, los únicos. ¿Por eso deberíamos acordar con ellos las reglas del juego? Entonces, ¿qué son reglas del juego? ¿Dónde su universalidad y necesidad? La quiebra familiar/comunitaria no puede llegar a implicar estas dos cosas: a) mayores obligaciones para el docente, b) la provocación de una segunda quiebra comunitaria (social), consistente en la disminución del valor de las reglas de convivencia. Y no se trata de un hilo argumental (el de Manuel Rivas), sino de la expresión de un piadoso deseo: compadécete del violento, el pobre (en el fondo, ¿en el abismo?)! Esto es una inversión del sermón de la montaña, efectuado con las mismas herramientas de la religión cristiana. El perdón todopoderoso capaz de sellar las grietas del mal. ¿Quién se compadece del docente? Ah, pero él es ya rico: tiene vocación, y el cielo ganado.
Emilio Lledó: ¿Quién puede creer en filósofos, salvo que sea políticamente conveniente creer en lo que dicen (simular que se tiene fe, recoger sus palabras)? Don Emilio el sabio catedrático: de ahí que a él le corresponda ganar (concederles) la vida de los otros. Una vocación así es tan grande que a veces sólo puede soportarse con la vergüenza del dinero (a veces, sólo a veces), para que el orgullo no sea demasiado grande. Por su parte, el profesor nouniversitario se encarga de meter en la cabeza “datos y conocimientos inertes”. No debe hacer eso, sino asimilarse a su modelo universitario y enseñar a “pensar y convivir”. Pero, Dios mío, ¿qué es un conocimiento inerte? ¿Se refiere al platonismo? ¿A algún conocimiento no interesante? He aquí otro dato "inerte": el hecho de que Sócrates hubiera podido morir por su conciencia. Yo no creo que dato alguno pueda ser material, inorgánico, sino que se fundamentan, al menos, en la peculiar vida de los animales humanos. Datos y conocimientos son producciones sociales, no materiales, y por esa misma razón no pueden ser ajenos al pensar y convivir que es el trabajo de los seres humanos. Aunque no sea un trabajo (pensar, convivir), sino, antes bien, su condición o definición (ser humano qua ser racional y político), y de ella no se puede deducir ningún saber muerto ni ininteresante. Esto es nada más que política del día (pan para hoy).
"Esta es una tarea que, arrastrada como un castigo, resulta insoportable y que, vivida con entusiasmo, resulta apasionante. Para vivirla con entusiasmo hay que tener sobre ella un conocimiento especializado. Hay que amarla. Los alumnos tienen un radar que les permite saber qué profesores se preocupan de verdad por ellos. El título de un reciente libro noruego dice que los alumnos aprenden de aquellos profesores a los que aman." (MASG)
La moralina final, ahora con el libro noruego. ¿Se trata de amar o de enseñar? Es decir, que si no se aprende es a causa de que no se puede amar al que enseña, que éste falla en algo (of course). Sin embargo, la relación humana no puede constituirse como el único elemento del saber: si queremos evitar la atribución de responsabilidad al docente. Entendiendo que un docente irresponsable de los males de la educación (=no responsable, no culpable, no condenable) puede ser un docente responsable en el ámbito de su especialidad. ¿Es que los colegas británicos han aprendido o aprendieron hace tiempo a odiar aquello que enseñan? ¿Tan malos maestros y poco amables tuvieron?
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