Tiempo de espera, libre, vacante: para pensar y hacer. La fiesta, el puente de Andalucía, nos sirve para viajar y conocer, extrañándonos -por unos días solamente- de lo ya demasiado sabido. Ir allí, a otra ciudad, y desplazarse: antes, tener la ocurrencia del viaje, convertir esa imagen en idea, y que la idea vaya tomando consistencia. Luego, persuadir y reunir -no es difícil- a los posibles acompañantes.
Tan sencillo todo como suspender el tiempo durante unos días, ponerse en marcha, descansar porque el trayecto es demasiado largo para hacerlo de un tirón, de aquí hacia el norte, en diagonal: otros pueblos y ciudades, un cielo igual de azul y un paisaje más verde (eso es lo que el pobre imagina). A pesar de todo, no dejar que los días se rompan en exceso: se aconseja prudencia a los viajeros, echándoles con la palabra la buena ventura, por lo que han de hacer y ver.
No debe importar demasiado que tú consideres el atrevimiento del viaje, lo que cualquier trayecto tiene de posiblemente irreparable (¿qué quiero decir, aunque sé que tiene significado?), y que los demás, viajeros contentos y nerviosos, no consideren lo que hay de orgullo en su actitud, la parte de abandono que contienen todos sus gestos, desde que han tenido la idea del viaje, la han discutido, entusiasmándose, buscando alojamiento y diciendo que sí a esta alegría, que merece ser anotada.
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