1. Recorriendo sus viejas calles, el paseante contempla el hastío de algunos -ya no tan jóvenes-, y que la vieja sigue trabajando.
2. Como un pequeño dios, el catedrático ha enviado a sus servidores a modelar la materia. Pero él no sabe nada de Platón.
3. Entramos en materia.
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“Porque es una tarea histórica: los profesores constituyen eslabones silenciosos en la cadena que conduce a la humanidad hacia el progreso y la mejora. ¿Qué hubiera sido del mundo y de la historia sin los maestros? Quienes tienen conocimiento tratan de utilizarlo en su beneficio (y de esconderlo a los competidores). Sin embargo, los profesores forman un grupo humano que tiene por oficio compartir todo lo que saben, transmitir a otros sus conocimientos, despertar en otros el deseo de aprender.” (MASG)
¿”Una tarea histórica”? ¿”Eslabones silenciosos”? ¿De qué se habla? No entiendo por qué le corresponde la cualidad del silencio al que tiene por oficio hablar. ¿Se desea que calle? Si realmente es eso lo que se quiere decir, lo mismo vale /para esa finalidad/ el ruido en la clase, la falta de respeto, el ordenador en el aula, el stress docente, o esa república democrática educativa /en el aula/ que, sin rubor, se ha podido reclamar (sin que fuera 14 de abril).
Y, de verdad, el primer encadenado es el eslabón de la cadena: no conviene que chirríe, no conviene que hable.
“¿Qué hubiera sido del mundo?” Hubiera sido otro mundo, pero hubiera sido. Si lo que se pretende indicar es que sin transmisión del saber resulta imposible la reproducción/progresión social, parecerá evidente que el mundo /los seres humanos/ necesita de algún tipo de magisterio. Si lo que se menciona es la necesidad histórica de un cuerpo de funcionarios de primera y segunda enseñanza, tal cosa no existe /como necesidad insoslayable/, porque existen sociedades que funcionan sin ella, /no la sienten como necesidad/. España, si no me equivoco, no la sintió hasta el siglo XIX, y la satisfizo precariamente. Yo creo que la pregunta no es ¿qué hubiera sido?, sino sobre qué ha de ser y hacer una sociedad que cuenta con un numerosísimo colectivo dedicado a la transmisión pagada de los saberes. Puesto que existe el órgano, ¿ha de cumplir con la función que -ahora sí- se le asignó históricamente?
Los profesores... ¿”un grupo humano”? Es decir, como una etnia, identificables, cuantificables y condenables, llegado este último caso. Vestigios de la colegiación antes nombrada, ¿o no? Del miedo a la individualidad docente. Sin embargo, en una democracia parlamentaria de masas, en los estados del post-bienestar, me parece que es muy difícil encontrar las señas de identidad (exactas) de los grupos humanos. Vamos, si no se quiere caer en estereotipos, prejuicios, vaguedades de manual sociológico de andar por casa. (Si no es así, ¿en qué grupo humano estamos pensando para servir de análogo con los docentes?) Aunque resulta muy útil identificar un sujeto colectivo encargado de la circulación, a través de la sucesión de las generaciones históricas, del saber... para coronar el párrafo con un sofisma encubierto: el que transmite el saber también es/debe ser el encargado de despertar el interés por aprender. ¿De verdad? Entonces es que lamentablemente hemos dejado de creer en los seres humanos, en el instinto natural de saber que éstos tienen asignado genéticamente, antes metafísicamente (porque en los dos casos se trata de la naturaleza). ¿Cómo se ha llegando a esa situación antinatural, al no-deseo de saber, al deseo de no saber? Me pregunto: ¿qué tipo de ciencia tiene por objeto la descripción/explicación de un sujeto humano que carece del instinto genético por saber/aprender? Porque no se trata, supongo, de un sujeto ético. Quizás corresponde el discurso pedagógico a los halagos de la sociedad del confort, aunque esto no tiene nada que ver con la ética (ni tampoco con el progreso).
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El siguiente párrafo del artículo se desplaza entre el surrealismo y la trivialidad: adoro al primero. Para captar la trivialidad hay que ponerse en situación (automáticamente surge la poesía, sobrerreal):
“La educación es una tarea intrínsecamente optimista porque parte del siguiente presupuesto básico: el ser humano puede aprender. «La educabilidad se rompe, dice Merieu, en el momento en que pensamos que el otro no puede aprender y que nosotros no podemos ayudarle a conseguirlo».” (MASG)
El "presupuesto básico": que el ser humano puede aprender. Esto es como fundar los hábitos cotidianos en el presupuesto de que el sol tiene que salir; el fútbol en la creencia de que el balón debe entrar en la portería (sin quedarse suspendido en la línea de gol); el profesor debe fundar su trabajo en la creencia de que está delante de seres humanos; así sucesivamente. ¿Cómo podría ser de otra manera? ¿Qué sentido tiene imaginar que los seres humanos no son capaces de aprender? ¿Quién ha podido pensar, seriamente, en tal cosa? En ese caso, basar el optimismo en la negación de un absurdo constituye una doble trampa. Sería igual de disparatado que sentirse optimista porque ha salido el sol, en lugar de no salir. Amanece, que no es poco...
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