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20 de febrero de 2010
Tirar de la manta
En este momento cuento las horas de todas las madrugadas, pero entonces no tenía conflictos con el sueño. Se me podrá creer o no, ya que hay quien estima que actualmente me he convertido en un adulto muy mentiroso. Por esta única vez yo os pido que me creáis. De verdad que me hacía feliz ese viejo, mi padre, cuando se acercaba a mi cama, revolviendo las mantas y haciéndome cosquillas con sus manos sabias. Yo esto, lo de las manos que hablaban sin palabras y entendiéndolo todo, lo había olvidado. Un amigo me lo hizo recordar hace poco. Aunque supongo, al respecto de ese olvido tengo que creerlo así, que hay un alma o un adentro donde el amor de los padres se recoge. Cuando llega el momento, se traspasa a los hijos, y el día que uno mismo no cumple con ese amor heredado, es con los padres con quien se contrae una deuda o se acrecienta...
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