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26 de febrero de 2010
Tiempo después
Ha largado uno al mundo, cualquiera de estas tardes, pasadas o venideras (si ha de llegar según Su voluntad), una proposición más o menos simple relativa a su pathos. Vienen luego más tardes, idénticas o iguales, acentuadas por soles sucesivos que calientan y se olvidan, creyendo falsamente nosotros que el tiempo es un acompañante benévolo de nuestro tráfico diario, se van esas tardes lo mismo que vienen, y llega un día que tomamos entre nuestras manos trémulas el álbum de fotos/el diario en el aparador (acerca de los dos preferimos que no se miren en nuestra presencia). Nos quedamos pensativos, mirando a nada, a solas con nuestro demonio. Interrogantes. Es que se nos ha olvidado hasta el sufrimiento de aquél día quizás no tan remoto, seguimos aquí. Pero no nos consuela, porque si tenemos la paciencia (la desvergüenza también) de proseguir esta lectura veremos nuestra constancia y no nos gustará nada. Que el sol de las tardes, siempre igual, no calienta en nuestra conciencia ni aporta luz a nuestra carne traspasada de sombra y de frío.
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