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27 de febrero de 2010
Si una tarde de febrero un paseante
Ha salido a la calle para darle curso a su tedio y va pensando quizás en surtidores rientes situados en plazas que nunca ha visto. Puede ver, vagabundo por las calles estrechas, el bullicio de las gentes que han querido multiplicarse en las aceras, acompañando con su color diverso la mejora del tiempo: el jolgorio de los niños y las madres jóvenes, el paso seguro de hombres entrados en años y otros que no, que han terminado su jornal y ocupan con orgullo el ancho entero de la calle principal. Ojalá pudiese yo... tener un orgullo así, alimentar en mí el sagrado bienestar que viene del cansancio y la labor. No está en su consulta y no puedo cumplir el encargo. En la papelería el dueño y el empleado apenas levantan la cabeza cuando entro, ocupados en sus negocios. A la calle! El encierro en la casa o en las tiendas no lo queremos ahora, esta tarde febrero, de sol por fin. Los bares son otra cosa. Hay hombres extraños que leen o escriben en las barras, hombres pensativos o pesarosos, ajenos a las conversaciones parroquianas, aparentemente. Dos clientes mayores ya, a su izquierda. Dos mujeres, jóvenes, un poco más allá, y una niña entre ellas dos, manejándose con su bendita torpeza. Una canción de X en el canal musical. Mais il est mort, n´est- ce pas? Otra canción...
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