Con el cambio de estación, a la llegada temprana de la primavera, él manifestaba toda su torpeza irremediable, su condición de tornillo que finca más hondo cada vez y de madera hendida, desgarrada por el tornillo. Hasta hacerlo insociable y despreciado: listo para escuchar esas voces propias en las que se fijan las reglas gramaticales de la sinrazón y la inmisericordia: se sabe -él no lo ignora todavía- que un eco es muy diferente de la voz devuelta. Un eco mienta la pared fría, su espejo opaco. ¿Ante quién había de abrirse el que se retira, insuficiente? Nada más que una cara que quieren envolver sus manos, y dejar pasar el tiempo.
Quizás, si alza los ojos, si los libera de las manos opresoras, allí, negro sobre blanco, está el texto, puro y sonrisa del mismo cristal de la copa fina. Los ojos contra las palabras, un muro que ha desaparecido al callarse él. Habla el muerto, el del libro.
Musita. Se decide. Sobre la página en blanco deposita él sus palabras, ennegreciendo lo puro, la ausencia, el silencio y, oh paradoja!, concediendo un calor de tarde (breves los dos) a su ánimo. Así lo blanco es él mismo, su cuerpo, enredado en la luz inversa (negro puro) del texto. Feliz cuando lo dice. Feliz, bendita reflexión, del ser leído, del hombre.
1 comentario:
Desde las 8:15 en clase hasta ahora (18:30) -2 horas de cerveza en medio. Cansado. Innominable Logse (Consejo Orientador)
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