Uno de los mayores engaños de este mal uso del lenguaje se halla en algo que quizás pase inadvertido, por lo menos algunas veces. Así vemos que las más vacuas parrafadas (ritos completos del absurdo autocelebrado, cínico) son premiadas con la medalla de las buenas intenciones, del idealismo que no desciende a ni condesciende con la realidad.
En lugar del perdón cristiano que se encuentra, tan fácilmente, en los contextos, podríamos ver cómo se llevan las proposiciones sueltas con la verdad. Caigamos entonces en la cuenta de que las intenciones no son hechos (claro que no: constituyen el deber ser), que esas bonitas intenciones no dejan ningún rastro en la proposición desnuda. Que lo que queda es una afirmación que no corresponde a lo real. Una falsedad.
O sea: que quien dice albergar buenas intenciones para el futuro engaña sobre el presente. Si, además, sostiene que no, podremos nosotros sostener que miente: y que ahora sí se muestra la intención.
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