8 de marzo de 2008

Se equivocan

Al reseñista (A. Ibáñez, en el suplemento cultural de Abc de hoy) le parece (un) sinsentido la proposición de Valéry acerca de los límites: "El poder de la mente consiste en limitarse". Así demuestra la vacuidad e inutilidad (son los adjetivos del reseñista) del criticismo kantiano de 1781. En el mismo artículo, A. I. ha demostrado, anteriormente, la inexistencia de la filosofía moderna: indirectamente, al ubicar el monologismo del escritor francés fuera, justamente, de la filosofía.

Pero es que, pensamos muy sumisamente, en esa exterioridad formal o abismo, respecto a todas las cosas, que es entrevista en el interior más vacío e inhumano, en esa diferencia se basa la posibilidad/imposibilidad del pensamiento filosófico conocido en la modernidad.

Otra cosa es lo que opinemos al respecto.

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Mi admirado J. Gomá ha marrado el lanzamiento en el estupendo texto "La vulgaridad, un respeto" que publica en el mismo suplemento. Sí, la vulgaridad es: como un acto de justicia igualitaria que viene con la proclamación formal de la libertad de todos y para todos. Igualdad esencial, lo que resta borradas las diferencias históricas, clasistas, estamentales, genéticas, etc. Pero de ahí no se deduce que la vulgaridad deba ser (que lo real sea racional). Equivaldría a justificar una proposición ética a partir de lo que ya era una proposición ética: la proclamación política, con fuerza de ley, de la libertad/igualdad de todos. Más una tautología (de la ética a la ética) que una valoración positiva de un hecho pronunciado y producido (a través de las revoluciones, o sin revoluciones).

No es O. y G. quien yerra, sino J. G. Al fin y al cabo, el elitismo del gran pensador madrileño no recoge más que una necesidad casi lógica, la de que haya una cabeza que proclame la libertad/igualdad general y, por eso mismamente, se ponga fuera del mundo y de las reglas de esa vulgaridad general. Ortega efectúa ese movimiento, también J. G., aunque chulee de que no. J. G. sostiene que Max Weber y Tocqueville, que recogen (razonan, ponen en lógica) esa vulgaridad plebeya, masiva, democrática, no ponderan un elitismo imposible ya. No lo ponderan, porque lo muestran en sus textos: ¿no se produce de manera inmediata la impresión de gran clase, intelectual y moral, en cada una de las palabras de La ética protestante... , por ejemplo?).

Pero me doy cuenta de que divago y no debo (divagar): pues intuí el fallo en la argumentación de Gomá mucho antes. En efecto, si las diferencias borradas (contingentes: históricas, sociales, genéticas, etc.) trazan, puesto que son las que lo constituyen, el campo de legitimidad del reino democrático de la igualdad (de la sociedad masiva), ¿con qué filosófica cara -cinismo- se demuestra, a posteriori, la imposibilidad de esas diferencias? Si eran reales, no pueden dejar de serlo: el genio literario. v. gr., cuenta como un voto, puesto que comparte su humanidad (lo común) con cualquiera de nosotros; pero después de votar no vamos a demostrar, no podemos no seguir leyéndole, que no existe. Pero si fuimos nosotros los que le dijimos que saliera de la torre ebúrnea y fuera a votar! Obedeció! Entonces, no vamos a ser mezquinos con él, que quizás sea tan grande como para ser humilde, de una magnanimidad que no se avergüenza de bajar a tierra. Quizás porque sabe que él es tierra, como lo somos nosotros.

Que G. no está del todo conforme con su trampa quizás se pueda entrever en la faz ateniense y prestigiosa de su muchedumbre democrática, de tal manera que no se sabe ya si su igualdad pertenece al ser o al deber. Y, por lo tanto, a la repetición o modelo histórico periclitado, según G.

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