Miles de lycéens franceses embebiéndose de la sacra ambición del Discours: fingiéndose que a ellos mismos iba destinado, máxime cuando todos los signos exteriores parecían confirmárselo en el siglo del industrialismo.
a) De ahí que surgieran infinidad de ficciones (relatos, poemas, literaturas, pinturas... ), puesto que la realidad no quería acompañar a las intenciones de juventud.
b) De ahí las contradicciones: una subjetividad universal, que debe recortar su poder.
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Digamos, con Heráclito, que la grosería (la insolencia, creo recordar) es peor que la peste, que no hay, bien mirado (sin miopías ni buenismos) mayor maldad que la consentida en un joven maleducado. (No la cometida, sino la consentida: por lo que se le invita a hacer.)
Pero digamos, asimismo, que lo más inteligente es callarse, y que a veces de eso se tiene muy poco.
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