El ridículo y el mal vienen en el mismo golpe de pensamiento: la proyección de uno mismo en el hecho en el que no quisiera estar de ninguna manera, pues ello le supondría rebajarse de una manera intolerable con respecto a aquel concepto de sí mismo que sostiene en su cabeza y en su corazón desde antiguo, tal ejercicio de simpatía, digo, debería corresponder con una relación posible entre sujeto y objeto, entre señor y siervo, en la cual la indignidad del trato es equivalente al sufrimiento recibido. Un hecho, ciertamente, al que no se quiere pertenecer, una tentación que el pensamiento no resiste y abandona, aprensivo, en cuanto se le presenta. Si es que la conciencia funciona todavía, aunque sea bajo mínimos. En ese caso no hay excusas, uno es víctima y no tendría por qué estar ahí. Lo sabe y no hay dudas. Como tampoco el otro se puede permitir, ni podemos permitirle que lo piense, tenerlas al respecto. Tan humano será el verdugo como la víctima: sabiendo ésta que ha sido retirada del campo de cumplimiento de las reglas; sabiendo el primero -siempre que su inteligencia sea normal- que libremente ha elegido no respetar la reglas y comportarse con los demás como un dios no solicitado. Como ser libre y que sabe el contenido de sus actos (puesto que la conciencia remite, al mismo tiempo, a la decisión y al saber) no puede pedir otra consideración acerca de sus jueces que no sea el posible error (humano) acerca de la atribución de los actos. No hay ninguna obediencia debida, ni explicaciones contextuales ni atenuantes de ningún tipo para el que ha provocado el dolor, pudiendo no hacerlo. El perdón es un error, y la humana compasión, tan cristiana en sí, que debería ser reservada hacia las víctimas, es un ultraje a ellas cuando, blandamente, compadecemos al delincuente, porque "no sabía lo que hacía".
Por lo tanto: ni humanismo ni misantropía, sino lo uno a causa de lo otro (más o menos algo así). Sabiendo que el paraíso de la libertad es muy costoso de disfrutar, y que la dignidad no se juega con blandenguerías. A nadie, en sus cabales, se le ocurre buscar las razones (personales, históricas o transhistóricas) del nacionalsocialista que consiente o ejecuta la muerte de un niño. Pensar en beneficios penales posibles, en un caso así o en casos similares, revela debilidad mental y una inversión suicida de la conciencia moral.
2 comentarios:
Pues lo que yo le he dicho... ¡LEGÍTIMA DEFENSA! Sin complejos.
Es curioso, porque yo había entendido casi lo contrario:
"Egoficción said...
Pero más importante es 'comprender' la crueldad extrema que la v.a. Si no, para mí, y comparto lo que dices, hay gato (culpa) encerrado.
Otro saludo."
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