I.
Casi todos los acontecimientos físico-químicos que suceden en el cerebro son despreciables, y no apuntan a ninguna relación comprensible con la conciencia. Los acontecimientos y objetos que conforman las redes neuronales, toda esa maraña, no dicen nada de las lágrimas posteriores que lanza el alma juvenil y romántica sobre las páginas del libro, ni de los deliquios y desencuentros del amado con la amada, en el lugar del fuego helado postracionalista.
II.
Las historias posibles se reducen a un constante caer en el mundo: una empresa que conduce al héroe clásico al ridículo, incapaz de disponer sensatamente los eslabones de la cadena, los hechos en su orden aceptable (North by northwest); que devuelve al ser ridículo con el papel renovado del héroe neoludita y antihomofaber (Mr. Hulot en Mon oncle); que prestigia las tentaciones comunes de boys and girls a través de una dialéctica absurda de los sentidos negativo y positivo de la libertad (el muchacho y la vieja dama de Harold y Maude).
III.
Caída y aventura, lo sido y lo que ha de/debe ser, forman el marco transhistórico de la posible sistematización de las funciones narrativas. La estructura de la acción, la nomotesis del filólogo por fin científico (enhorabuena!), arraiga en la experiencia interpretativa que concibe la vida humana como falta y salvación posible, señalando hacia la trinidad santa de fe, esperanza y caridad o hacia su negación, individual o histórica.
IV.
En el mundo se congrega un cúmulo de entes finitos: conocen, deliberan, participan en las actuaciones. Calientan el sueño, infinito, con el alcohol o la religión: la fiesta.
V.
La modestia de esta autonciencia, un saber humilde casi de chinos, da su magia de instante a las vestiduras del siglo: el ciclo de las estaciones; la renovación sobrenatural de una juventud aceptada por el Consejo de las personas maduras.
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