I.
La capacidad de memoria tiende a brillar cuando no puede decirse, cuando lo dejamos para después: pues de ninguna manera queremos renunciar a lo que hemos visto, la imagen en toda su verdad, tendiéndose desde los trabajos del niño hasta ahora, que puede escribirlo. Intenta, co tal finalidad, representar la separación, como una libertad puesta en el tiempo. Gratis como es, requiere conquistarse y dar sentido: imposible trasladar, no obstante, la figura plena del niño en su modesto pasar de trabajo a las voces del adulto, pues temo siempre la oquedad y la dureza.
II.
Un temor, otro, me domina: el paso de las nubes vertiginoso, como si fuera el tiempo. Ante él cualquier cosa me parece distracción innecesaria, así los viajes, la belleza, la investigación. Al querer la humildad en el hablar (decir, escribir) tengo miedo, ahora por segunda vez, de quedarme demasiado lejos: sin significado, absurdo, ridículo.
III.
Me atrevo a sugerir la condición mínima de toda autoridad: la sinceridad de las palabras que buscan referir la verdad objetiva. Tantas trampas en medio! Aunque la autoridad fracasara quiso ser legítima: debe ser compadecida. Es lo que pido para mí.
IV.
"Ingeniería filosófica": una horrible expresión que esconde, si es que no se lo regala directamente, un cúmulo de ignorancia y mala fe. Este combate emprendido contra el humanismo (teológico o laico) semeja una argucia positivista bastante vulgar, un juego del conformista. Justamente porque la democracia lo tiene aquí muy fácil, el peligro parece mucho mayor. Ingeniería filosófica: un sistema de los conceptos barnizado electrónicamente, puesto ahí delante a disposición del ingeniero de almas, el burócrata o el político. Pocas denuncias conozco más estúpidas que la de las pretensiones de los filósofos: derrotados hace siglos, milenios, sólo necesitan ser olvidados para ponerse en marcha de nuevo. Si un paraguas de conceptos me hiciera feliz yo me atrevería a preguntar por qué debo serlo: ¿debe ser lo que es?.
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