27 de septiembre de 2006

The 68´s: Crisis? What crisis?

I.
Homo navigans: una no generalizada, quizás no muy afortunada denominación para el sujeto de la transformación hipertecnológica. El Homo videns de G. Sartori señala un paso breve en el salto de la Galaxia Gutenberg de McLuhan a la Galaxia Internet de Castells.
II.
Pensemos en la banalidad del televidente, en la pasividad de una situación en que la imagen marcha directamente hacia el ojo, en lugar de dirigirse el ojo hacia la imagen y descodificarla, que es lo que exigen las imágenes del libro, un tipo de figuraciones simbólicas que obligan a la interpretación y, para ello, el conocimiento adecuado de la lengua de origen. La TV, al contrario, envía una imagen y detrás de ella la palabra que la comenta, que puede ser la única significación admitida. El experimento del no comment, de la nuda imagen, se queda en una broma de esnobs cultivados que han encontrado un lugar de beneficio en la TV.
III.
Pensemos en la pluralidad de los estímulos internáuticos: texto, imagen, sonido, otros lugares con otros textos, imágenes y sonidos, y así sucesivamente. No está claro que esta multiestimulación produzca un individuo más digno o más sabio, capaz de reemplazar del todo al individuo cultivado en el trato de los libros. Esto último es una frivolidad de pedagogos, los seres más frívolos. Resta, no obstante, el valor de la decisión que se debe suponer al ser anónimo que se enfrenta por sí mismo a la red del saber infinito posible, llevando sus propias cartas. Nada que ver con el gordo telespectador, capaz de paladear la nada, y repetir.
IV.
La voluntad se tropieza, de todos modos, con escasas oportunidades de originalidad: Homo navigans, una ocurrencia afortunada, la lumbrera de un instante... pero ya está en la red, aunque no mucho, y posee su autoría.
V.
La comprobación -la búsqueda de verificación o contrastación- de la novedad poético-metafórica, una vez que todos los libros estuvieran digitalizados (las metáforas mueren en las bibliotecas, en el olvido del que las sacan en algunos siglos los pobres eruditos), podría esterilizar cualquier esfuerzo lírico, secar del todo los lagos románticos, tan llenos de las lágrimas sin igual, de los yoes, los únicos.
VI.
Harold y Maude (Hal Ashby): contiene el mundo al revés, la inversión del deseo pobre que alimenta la american way of life. Lo hace sin entregarse a la felicidad que yacía oculta, sepultada muy por debajo del asfalto, porque no la encuentra en un lugar olvidado, sino en la conciencia presente y evidenciada del tiempo transcurrido irreversible, en la figura de la mujer marchita, que guarda y no dice su propia tragedia. Un niño mimado, ultrarrico, sin la huella del padre que no tiene que enunciarse en ningún momento, entretiene su vida en el juego de la negación (suicidio, muerte). La disposición adulta de los lugares de la verdad, responsabilidad y provecho, aquellas formas de socialización madura quue llevan al matrimonio, después de pasar por el nihilismo militar, pertenecen a la fruta podrida del tiempo: así, a Harold sólo lo lleva a la libertad la sorpresa viviente de la anciana que juega, Maude, y que da la vuelta a nuestras expectativas: ella representa la "libertad de", la independencia, con la intención de que el joven mimado se aperciba del sentido de pura afirmación contenido en la "libertad para" autónoma, convirtiendo la negación que juega en la oportunidad única del tiempo, lo que se conoce como vida.
VI.
Mon oncle (Jacques Tati): contiene uno de los grandes envites, y no precisa hablar demasiado, a la sustitución de las formas de calor humano por parte de una sociedad productora de bienes de consumo inmediato. En su lugar facilita una beatitud empaquetada, a pagar en cómodos plazos. Es fácil reírse, sí, de la estupidez de los movimientos de los personajes, capaces de ritualizar sus pasos lo mismo que su tiempo. Eso lo logramos al ser capaces de no reconocernos en ellos: ¿cómo querer proyectarnos en lo que somos, si ya lo somos y no nos gusta? Tati envuelve la mímica en humor inquietante y que puede enfriar los ánimos, si éstos se prestan a la reflexión: no hacen falta las palabras, pues éstas se engalanan con bellas formas engañosas y huecas para acompañar mejor la estupidez de la organización, la burocracia y la cadena de montaje. No se habla, pero se señala: al origen del logos verdadero, aquél que hace venir a los niños y al que los niños reconocen sin maldad. Hacia esa voz perdida apuntan la belleza única de la casa ruinosa, los juegos de los animales, el carro de las verduras: la música anota encantadora que se trata de las ciudades pasadas.

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