6 de septiembre de 2006

Subjetivismo

La misma "complexión fisiológica" que distancia de la verdad teológica (¿existe otra?, ¿una política diferente de la salvación?) a los mortales comunes, según Tomás de Aquino (no sólo depende de deficiencias intelectuales; también de la pereza, y de lo contrario, la ambición económica o la mera subsistencia), no halla obstáculos en Descartes, si viene dotada de unas reglas sencillas, aunque siempre se podrá sospechar del carácter halagador del filósofo francés, y de que se trata de un retórico de gran maldad. Pues una de las reglas, la más importante y primera, el motor real de la sistemática filosófica moderna, consiste en una luz natural de la razón, hábil para buscar y alcanzar evidencias. Estas pertenecen a la misma época que universaliza el saber divino (invención de la imprenta). Desde entonces no hay extensión geográfica que se resista al turista (¿viajar en el espacio=viajar al pasado?; la facilidad y celeridad del traslado, ¿no cancela la reflexión?), ni al ingenio económico-político y sus secuaces armados. Bastante es que no vuelvan su aguijón totalitario sobre sí mismos, sobre nosotros. La generosidad política de Abraham Lincoln al centrar en el pueblo la realidad de ida y vuelta de la ciudad (autolegislación), como una concreción histórica de un reino de los fines ideal (no humano, sino racional), puede ser vista por detrás y ridiculizada: detrás del escenario están los actores, la obra ha sido una farsa; en general, tras la emisión pública de opiniones corremos el peligro de observar el capricho y la facilidad. Una "rebelión de las masas" reaccionariamente instrumentada no va a ninguna parte (lo que ad-viene es lo otro, nunca lo de antes), aunque no se puede renunciar al oro de verdad envuelto en la alarma de la élite por la falta de respeto de la plebe: librados a su entero capricho los ciudadanos pueden encontrar a su tirano natural, un plebeyo. La lección la da Platón, un reaccionario, pero también Kant, un ilustrado; parece que a los dos los gobernaba la prudencia. Propagada la rebeldía en la forma nueva de escritura electrónica democrática, vale la pena pensar en los efectos probables e indeseados de oscurecimiento de la verdad, falta de reflexión y oído disponible para los rumores y embelecos. Así, una voluntad de farsa, admitida y amada, sustituiría a la voluntad trágica, que conoce que siempre se pierde, y por eso inventa los sueños, las utopías y las revoluciones; traducido a la tranquilidad reflexiva, significa el arco entero que va de la meditación humilde a la poesía y la narración literaria que pretende encerrar la verdad humana en un pasado posible.

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