I.
Escribir: para ligar los días, unos con otros, y permitir -imaginariamente- un lujo de permanencia. El motivo del diario es el mismo de la autobiografía: sólo que su movimiento lo ha bloqueado una cierta pereza, la depresión. Aunque no se desea escribir los días felices, cuando de veras se vive. El diario se revela, así, como un remedio de urgencia para no caer del todo (tedio=tristeza). Falto de vitalidad, de un aliento largo en la escritura, contiene -sucede con el diario de Pavese- un exceso de fragmentos, un muy poco de coherencia que no siempre sabrá solucionar el relato largo y sostenido.
Se escribe para completar los días vacíos: las vacaciones de la razón, de la alegría o un cansancio subterráneo, aplazado.
Se escribe, ¿se vive?
II.
La tarde, allá arriba, reitera la pobreza del pueblo, en bloques de plomo suspendido. Se conforma esta hora del día con ser pacífica, igual a sí misma. Que haya tenido yo que llegar a querer relatar los ciclos de las estaciones, las avenidas de las ramblas, y fijarme en los matices más humildes de la luz, esas transiciones que se deben quedar para la admiración del alma adolescente! Sin embargo, yo, poveretto, carezco de verbo; aunque no me fío, tampoco, del espíritu franciscano, amigo de todos los seres e inquisidor, si hace falta. (El exceso de pureza conduce lo mismo a la alegría de corazón que a la Falange y el auto de fe.)
III.
¿Cómo deshacerme del paisaje? Por él, el mismo, circula la lengua, tan cambiante: los términos corrompidos del latín que ahora perfuman el aire, al caer en gracia al oído. A una época de cambio y crisis le conviene el rigor modernista (¿álgebra de las sensaciones?), me parece, y por eso Baudelaire es tan moderno: lo que seremos lo tenemos que ver en la esperanza que está en las calles, cuando se pone a hablar con acentos extraños. (Me refiero no a la costumbre, los accidentes, sino a la condición, si es que se pretende alcanzar una.)
IV.
Se duda con qué palabras mantenerse: ¿en el cementerio de Cortázar, imago irónica del Diccionario? Estas resucitan como magia de las calles y las ciudades, veteroeuropeas -París- y novoamericanas -Montevideo. La rayuela contiene la alegría de exaltarse con ellas, las palabras, sacándolas de su posición mostrenca.
V.
No nos asombra la naturaleza. Más bien la potencia a priori del logos uno -personal y común. Biográficamente, los juegos infantiles coinciden con el inicio de un dominio del lenguaje (significado y contextos) que debe corresponder -por la novedad que vuelve a instaurar en la experiencia del mundo- a la embriaguez de la constitución pura del espacio en la geometría de los axiomas (en cuanto suceso histórico de constitución de un saber fundamental). En otro lugar, a los mandalas.
VI.
Los niños deben creer: es posible que el espíritu reine entre ellos, al modo de una aceptación de guías y caminos utópicos (el tesoro, la isla, la inmortalidad, la inteligencia). No sé decirme si ese ansia de novedad (aunque no es exactamente esto en el caso de los niños) se pervierte, ignora u olvida en el momento de la sumisión a la tecnología. (Razón jánica, la vieja de Frankfurt.)
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