I.
La subjetividad se pierde en el dolor, el sentido del tiempo se pierde con el dolor. Vaciado del todo el tiempo, nadificado, es entonces cuando inventamos el sentido para la eternidad utópica.
II.
Una capacidad trivial para el mal, una banalidad acogida a las rutinas burocráticas, a las terapias médicas "más avanzadas", vuelve el rostro a la mirada que se abandona: ningún pudor, nada de vergüenza para después, si alguien no se lo recuerda (pero la ley es un flaco sucedáneo del interior). La afabilidad desaparece en los pasillos de blanco hospitalarios, como podría hacerlo en los lugares de crímenes masivos.
III.
Realidad y posibilidad se asemejan bastante: sólo tenemos que estudiar la historia.
III.
Cuando desaparece la piedad -y el perdón- no te debe parecer extraño el sonido mercantil de las palabras, tiradas al suelo igual que monedas despreciables. El blanco hospitalario cobra su forma más pura con las palabras mentirosas de los políticos que proclaman y bendicen el progreso, nuestro progreso, nuestra felicidad. La hipocresía engorda, se dobla, dejando por el aire la huella de un aliento frío, que no se va.
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