23 de septiembre de 2006

El cielo en retirada

I.
Sobre el alma romántica cae la indiferencia, desterrado del mundo el prestigio de las naturalezas: una vez que fueran sustituidas por el objeto fabricado y multiplicado.
II.
El cielo se aleja o desaparece, conforme avanza el siglo, negando el valor de Uno o la Fe: afirmando el acto de negación (Marx/Nietzsche). Pero no hay ninguna intención reaccionaria en decirlo: la negación se contiene en el mismo sistema hegeliano que alumbra el nacimiento de la identidad de libertad y verdad. El sentido del progreso nace sabio y viejo, y se concede un siglo o dos para vencer la desconfianza de los incrédulos.
III.
Un hombre ya no se enfrenta al cielo desde la tierra, a un mar de niebla desde la cumbre de la montaña: tarea que queda para los bachilleres que aún no han descubierto la roña escondida en la belleza, que no han conocido la verdad. Pasea por las calles nocturnas y admira el espectáculo que la sonriente conformidad le ha plantado para su consuelo: nadie más activo que ese personaje. Ingenioso, también, al iluminar artificialmente las calles. Qué pobre entonces, por comparación, la verdad divina, íntima, alcanzada en una habitación sombría o en el dolor. Sobre esto se recoge el alma romántica y es lo que la hace inadecuada, patética, al tratarse de un gesto fuera de tiempo.
IV.
Así, se puede leer en la escritura autobiográfica la quiebra entre la juventud y la madurez, reproduciendo cada vez el conflicto fundacional entre Ilustración y Romanticismo: la religión de la niñez enfrentada al cachivache que se guarda en los muebles del comedor, sin preocuparse demasiado del polvo. El sueño frente al trabajo (economía, fisiología, sexualidad, bellas vestiduras).
V.
Durante algunos momentos la Ilustración se apaga: las pesadillas de ciertos cuadros (Magritte, De Chirico...), la maldad realizada por los gobiernos tiránicos (asistidos por una palabra desatada, violentísima, atea). A ese mal fascinante sólo puede responder la trivialidad burguesa, la soledad desesperada, el alcohol y la torpeza (¿Hopper?).
VI.
Siempre queda un lugar para el reencantamiento. Engrosados (globos, burbujas), dispersos (espumas), convertidos a las esferas de Leibniz, queda la duda de saber si estamos por encima o por debajo de la red. Lo que es importante para conocer qué posibilidades de interpretación o libertad están disponibles todavía: en verdad, la mosca dentro de la botella conoce que su mundo se ha estrechado en exceso.
VII.
Al convertirse la información en rumor, prólogo del ruido, preocupa una duda más trágica, acerca del valor de la exhibición de nuestras pobres palabras: olvidado quizás dentro de un tiempo hasta el mismo olvido. La hermosa individualidad grecorromana, derrumbada por la barbarie, necesitó un milenio para cobrar un nuevo aspecto. ¿Nosotros estamos dispuestos a morir para nada?

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