I.
Separamos la miseria del cuerpo, lo que nos niega hasta en el alma, de todas esas posibilidades proyectadas para un futuro... en el pasado. Esto es, con la condición de que hemos llegado hasta aquí y somos lo que somos: contra este hecho, contra el presente, se abre el tiempo vaciándose de lo que tiene de grave y actual. Deseo y esperanza se orientan hacia lo que no es. ¿Viene con el sueño, que rompe la esfera parmenídea, que pone en movimiento la flecha de pesadilla del otro eléata? Magritte y De Chirico muestran la metafísica invertida del ser que conocemos, su condición muerta o nuestra impotencia al decirlo: la paz de los cementerios que sonríe con las utopías.
II.
Qué poco peso el de estas memorias españolas (autobiografías, autoficciones) que conozco. Se permiten imaginar y no descubren nada, hasta el punto de que me permito dudar si llegaron a la cultura, cuando ésta se convierte en tragedia: negación de la vida; si se tomaron en serio la vocación de aprender, incluso o más allá del asco (metafísico o ambiental). Para no considerarlas un signo de la misma pobreza que denuncian (lo cual no sería moralmente adecuado) me debo imaginar de qué manera serán -podrán serlo- miserables las máscaras europeas granculturales, tardomodernas, postvanguardistas...
III.
Respecto al punto anterior, qué gran equivocación pronunciar el interés crítico. Una teoría de las formas culturales que se permite una perspectiva arraigada en una práctica determinada (en lo que le da de comer) bendice su propio pecado: el teólogo no debe osar tanto, ni el canon (literario y también crítico) debe proceder de la envidia.
IV.
Dejemos para el futuro la objetividad del presente: un poco de neutralidad en la apreciación, si es que la puede conceder la distancia temporal (no puede hacerlo la intención de la memoria histórica, aunque lleve la razón). Objetividad, pues no se cree en una verdad cuando el intelectual liberal reconoce, en su íntimo ser, la presencia del mal en las acciones del hombre. Porque no quiere propagarlo se dice liberal y no conoce si está a la altura. (La introspección: mi introspección, nunca la última; sólo mi simpatía de ahora.)
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