Me cuesta escribir sin comentar. Esto es, que empiezo sirviéndome de la autoría (aunque sea de otros), tan renegada. La era de la información multiplica, en efecto, los datos, de una manera desconocida hasta ahora, incluso convirtiendo la subjetividad, la vida privada, en puro dato (las weblogs, formas de correo abierto por y para todo el mundo). A partir de ahí, proclamar la desaparición de la entidad del autor parece una consecuencia más del vértigo de las informaciones, su enredarse y su fluir.
¿Cuándo tuvo realmente prestigio el autor/sujeto? El movimiento ilustrado era realmente minoritario y elitista. De ahí el significado, no evidente, de la denominación: la difusión o propagación en vertical del saber, el interés de una élite filantrópica (philosophes), que aún no ha descubierto las religiones laicas (intelligentsia), ni los cócteles (intelectuales). La autoconciencia de esa función de enseñanza constituye el sujeto del saber, erigido como realidad mundana a través de la legitimación oficial y universitaria en Alemania, durante la Restauración hegeliana (vale la pena comparar esta figura con las opuestas, cada una a su manera, de Nietzsche y Heidegger). Si asistimos ya en el sistema hegeliano a la fundamentación romántica del saber es porque no se puede ocultar por más tiempo la escisión radical en la historia moderna entre el mundo de la ciencia y el mundo de la vida. La penetración del trabajo en la misma fenomenología de la experiencia no hará sino repetir esas mismas escisiones en la masa de los hombres, un océano de individualidades elevadas a la cantidad. La reconversión de ésta en nueva historia y nueva humanidad, en tanto proyecto de superación (Marx), se vincula para siempre a un mal uso de la retórica, es decir, no político-persuasivo, sino moral-salvador. Se quiere recuperar el valor del pecado para las personas privadas, objetos de la historia preparados para el crimen.
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