19 de septiembre de 2006

Ruidos

I.
La escritura acompaña el tiempo, sin más necesidad que la de los fenómenos que se le van pegando: porque se imagina su fluir como el de un río, en el que caen los hechos como hojas muertas, sin conexión. La vida, que no era necesaria, se duplica en un texto que tampoco lo es: primero, inmotivado; luego, sin orden.

P.S. Imagen, reflexión, eco: Narciso en el otro. ¿Tampoco se baña en el mismo río? Conocer el flujo es conocer que yo también fluyo.

II.
Contamos con las metáforas como si fueran monedas que se desgastan y pierden valor de uso. Aunque pensábamos en las cosas que valen (prágmata) imaginando que son monedas, para señalar el oro de su permanencia. Cuando las tenemos delante, doradas, presentes, se corre el riesgo de no escucharlas: olvidando que los hombres son fuente de valor.

III.
No se puede escribir en el silencio: se necesita la vida acompañando. Es decir: al final, la opinión pública y un autor que no se resigna a desaparecer.

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