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30 de diciembre de 2013
Metaficción
Natural que la novela sea el género supremo, aquel lugar residual, no nos engañemos, donde puede anidar por unas décadas el espíritu absoluto. Así tiene que ser, una vez que perdió sus ámbitos naturales: la religión, la filosofía, el arte. Los puedes poner en el orden o desorden que quieres. El logos, la persona, el sujeto se excentraron. La novela impone la creación de un mundo, con sus categorías y leyes. Ontologia y física en un solo volumen, más grueso o menos grueso. Pero no es verdad que la novela imponga nada. Propone o dispone una configuración de seres o acontecimientos. En primer o segundo orden, conforme al esquema de todas las lógicas y teologías. Piensas, y piensas que piensas. Escribes, y escribes que escribes. Pintas, y pintas que pintas. A partir de ese momento, liberación o condena, de la reflexión desatada, Bolaño arranca, pero lo hace póstumamente, mediado por herederos y críticos, demediado por sus mediadores, ese enorme texto que es 2666, que contiene a la vez el número del tercer milenio y la cifra del diablo.
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