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23 de octubre de 2010
On the rocks
Puesto que prácticamente sólo se acaba conociendo la vida anónima, aunque ya no tanto, de los bares en horas terribles, y que la situación no deja de implicar un lirismo atroz, aunque sea para inventarnos un arte del paso de las horas (sobrevivir hasta la medianoche es el objetivo de la conciencia en esos instantes negros), no me parece mal, no me lo pareció, terminar el Réquiem rilkeano y comenzar y casi acabar La roca de Wallace Stevens en sitios así, entre café y cerveza. De paso, se escribe algo. (Además y de paso: conozco que el programa inicial de la educación platónica va quedando, para mí, como un programa de mínimos. O esto, o nada: imposible seguir adelante si no es con esta voluntad de emergencia. Por lo demás, bien.)
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