Su breve paso por el puesto dejó sin embargo una profunda huella. Según ha podido saber ELMUNDO.es, Alameda instauró un "régimen de terror", ya que prohibía hablar a los empleados entre sí.
No estoy muy al tanto de la noticia, que últimamente no estoy pendiente de casi nada, lo que me garantiza casi una vida prudente y feliz, áureamente mediocre, pero este apunte que recoge el diario El Mundo me ha puesto los vellos (pocos) de punta. Afortunadamente trabajo en un centro de secundaria donde el silencio respetuoso, atentísimo, de los alumnos solo se ve interrumpido (casi me da miedo escribir esta palabra) por algún rapazuelo/a especialmente interesado en algún punto de la doctrina que en ese momento se está impartiendo (y eso que nosotros también les decimos que no deben ser inmoderados en el ansia de saber), y donde, fundamentalmente, nuestra vida en comunidad transcurre plácida, sin ambiciones ni pasiones enfermizas, y con un trabajo callado (de todos) que no sé si serviría como ejemplo el del zumbido de las colmenas y su ir y venir entre las flores (clases).
No hay comentarios:
Publicar un comentario