Que conste que lo que digo yo no lo comparo con nuestra situación real, y que por ello me tengo que imaginar una isla remotísima, en el Transpacífico sur. En dicho lugar e innominable, una secta de pedagogistas rossos se ha venido dedicando a lo largo de un cuarto de siglo, como mínimo, a denigrar, ridiculizar y, como muy mínimo, a desautorizar el trabajo de los profesores de instituto (retrógrados, ignorantes, vagos, etc., etc.) Que así sea. Por lo tanto, si yo fuera un gobernante del ramo, neoliberal y displicente, no debería tener más que agradecimientos hacia los bienintencionados que han ido preparando el terreno para que yo recoja ahora la cosecha de ruinas y extraiga la muy pertinente conclusión del proceso: que no vale la pena seguir gastando dinero y esfuerzos en un ámbito de tan infames resultados. Que salgan ahora los benditos fernándezenguitas y santosguerras, y muchos más que neciamente se han dedicado a torpedear la tarea de los docentes, haciendo trizas un sistema que funcionaba razonablemente bastante bien, que salgan a rasgarse las vestiduras por el fin de la educación pública, junto con los padres de la cuerda y los alumnos gráciles.
Razonablemente, ahí veo yo la palabra clave. ¿Conocen nuestros arbitristas su semántica? Significa prudencia, no utopía.
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