5 de abril de 2012

Geografía humana

Hay poblamientos infortunados en los que un dios menor podría haber tenido su gólgota, para remembranza periódica de sus hijos. Para no acabar como otra más de las divinidades olvidadas. Había un río, y se secó. Una higuera que no dio fruto. Durante un tiempo los fariseos hicieron la promesa de trazar un camino que cruzara a través de todo el valle del río estéril. La promesa de riqueza creó ilusiones a las gentes. Comenzaron a edificar, y hasta los mismos rostros extraños de los llegados de fuera hicieron renacer la alegría en los de dentro. La alegría se fue, los fariseos olvidaron su promesa y el sueño de una ciudad se fue esfumando. Volvimos a pensar que existen lugares que se quedaron anclados en otra época, y que solamente la inercia los separa de extinguirse, de que se vayan definitivamente sus hijos y que al dios pequeño nadie le dé ya culto cada primavera. Eso pensaba uno de sus habitantes cuando deambulaba medio perdido por las calles, reflexionando que no es buena la ingratitud, y condenar por razones estéticas el sitio en el que has nacido. Podrá volver la alegría, los rostros risueños de los nativos y los foráneos. Basta con escribir sobre las tentaciones de derrota para que una estrella ilumine entre los edificios caídos de unas calles que parecen melladas.

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