27 de abril de 2012

Esto

El último de los mohicanos

Lo cual, todo esto leído, no deja de pertenecer a los modos y manieras del agarrársela con papel de fumar. Me pregunto si soy yo de la élite ilustrada. Para nada, no hay más que verme. Sin obra, errante con el traje ajado. Profesor de instituto, otrora mi equivalente sería un preceptor mal pagado de familias no demasiado pudientes. Por otra parte pienso en la existencia de una élite lectora, de unos happy few en el público de los lectores. Tampoco. Mi ánimo es demasiado escaso aun para este supuesto.

Me gusta imaginarme que soy una especie de pupilo en casa de un matrimonio algo mayor, sin hijos, dispuestos a darme el sustento y el calor que no pueden darme en mi casa de nacimiento, en P. Mi padre ha emigrado -estamos hacia 1925- sin dejar rastro. Lo que sucede es que no quiero contar la historia de mi madre. De cómo a ella le pasó esto, hasta 1949, cuando conoció a mi padre. (La verdad es que los siglos nos dejan en ridículo a los seres humanos: estamos en 2012, yo no soy muy mayor, y estoy apuntando a una historia verídica, que yo sé que debería contar, a pesar de mi escasa competencia para relatar. Por eso no quiero contar la historia de mi madre, ni del silencio de mi padre durante la guerra. También porque yo no tengo memoria, y porque ellos murieron y no puedo preguntarles.)

No hay comentarios: