7 de abril de 2011

Autoficción

Si no me acompañara a todas horas esta absurda desazón, desde hace tantos años, no tendría ningún interés en esto que escribo ni tú tendrías la menor curiosidad por leerme. Yo soy tú, y tú eres yo. Así le hablo a mi espejo, un poco recordando al justiciero taxista de New York. Aunque yo no pretendo imponer nada, ni reglas de justicia o limpieza en la ciudad del pecado. Yo te miro a ti y no encuentro mejor reconocimiento que tu respuesta en silencio. Tú, mi joven espejo. Mi ingenuo e inexperto espejo.

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