Las estrellas de la filosofía y los artistas de aquel entonces trataron de mostrarnos -con frecuencia de forma incomprensible, muy cuestionable pero no exenta de reflexión-, que el Sujeto fuerte de la Ilustración era un puro espejismo y que por lo tanto todo intento de fundamentar una ética universal y objetiva carecía de verosimilitud.
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Y así, en vez de la moral del Superhombre, de lo que deberíamos hablar es de una moral para superhombrecitos (y supermujercitas): una mezcla de ideas de ilustrado en horas bajas, buenas intenciones, arbitrariedades varias, cristianoidismo, habilidades sociales, principios de manual de autoayuda, New Age y puritanismo travestido de progresía. Es decir: una mezcla confusa, que nadie en su sano juicio podrá tomarse en serio.
Nadie se la toma, ni aunque no esté en su sano juicio, que de esos no debe haber muchos ya.
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