24 de diciembre de 2010

Rinkeby

El escritor se hace mayor, el escritor se hace sereno.

Un colegio de un barrio del sur de Estocolmo es el espejo de lo que debería ser la sociedad humana. En él conviven niños que hablan 19 idiomas distintos y proceden de un centenar de países


La proyección futura del ideal, esa constante tentación de inscribir falacias naturalistas en el tiempo, ha de conceder a la conciencia la tranquilidad que siempre soñó. Nadie se acuerda de lo difícil que resulta transitar del ser al deber ser, como de la herida a la salud. Para olvidarlo nos hemos servido de una argucia: la de considerar que los razonamientos que impiden el paso de los hechos al ideal (de la ontología a la ética). La falacia de la falacia naturalista, sostienen las comadres. Pero no es más que una argucia, como sabemos desde N.: la ontología no consiste en otra cosa que en el sistema exhaustivo de nuestros juicios de valor. Se pasa de lo que es a lo que debe ser, sí, pero porque nuestra mirada piadosa y tibia ha colado de rondón el segundo en el primero: ilusión óptico moral, ¿también de los escritores premiados?

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