(Doy con mis manos lo que pienso, aunque no sé si sería como dar un fruto.)
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La democracia es el enfrentamiento de las caras: el argumento que se acompaña del gesto, o que es sustituido por éste. Se origina la philía en los gestos, incluso en la sensualidad; pocas veces lo recuerdan, o no se atreven, los políticos. El respeto por el rostro, hasta llegar a ocultarlo, como si se tratara de una vergüenza, la disposición universal a consagrar este tipo de "argumentaciones" como forma de reverencia a la diosa Cultura, impide considerar las dudas y matices que dejan abierta la conversación y dan esperanza de reencontrarse a los cuerpos.
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Un conjunto de miradas lánguidas puede ser objeto de burla, o meramente risible si así se dictamina, pero no está lejos -por lo menos en el tiempo histórico- de la franqueza del citoyen o bourgeois que toma la palabra, la pone en circulación y multiplica de manera admirable las cosas escritas y las cosas vistas: el libro, la prensa regular, la radio y el cinematógrafo, Internet. El mismo movimiento que pone el romanticismo en la mirada consagra la responsabilidad de la nación y los pueblos: la falla de la democracia lo único que quiere significar es el fin del amor, no de la vida; por eso nuestra vida privada no nos exime de nuestros deberes públicos; es decir, no se nos libra de las reglas de cortesía y tolerancia, ni del agrado que produce la visión de los amigos y de sus cuerpos.
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Otro principio, extraído de un comentario libre de la película de Bergman Fresas salvajes: habría que dedicar la vida a un trabajo extenuante, sin motivos, restando horas al sueño, y morir cuando el vaso de la infelicidad está colmado. Esto, que parece un disparate anticristiano, porque se nos previno de la muerte que había de dar término a la felicidad en común terrestre -matrimonial y ciudadana- , y que no acopiáramos demasiado en el tránsito, esto -digo- traslada lo que yo entiendo acerca de la consecuencia más personal del imperativo categórico kantiano, una vez que se nos manda que seamos dignos de merecer la felicidad. Para que el premio no llegue demasiado pronto y nos acomode en la vida regalada se deja la decisión para un futuro descarnado, pues cuando el cuerpo ha muerto es cuando el alma debe vivir, y para un espacio más extraño todavía, el que actúa en la conciencia benévola de un Hacedor que recompensa de tanto dolor, y también -¿por qué no?- del sinsentido y el aburrimiento.
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Abandonados a nuestra suerte, arrojados en el barro -simple deyección-, sin más naturaleza que la libertad sin conocimiento de lo que ha de ser el minuto siguiente, el resultado de nuestros deseos y realizaciones en el minuto siguiente, y así sucesivamente, deberíamos componer una figura que sólo podrían valorar adecuadamente aquellos que están tan solitarios como lo estamos nosotros; es decir, todos, en la medida en que reflexionan, dedicando su vida a lo que pide el maestro o el Aristóteles que en cada caso nos ha tocado: el hombre que muere, cuando muere, practica en su mente la teoría, cierra el círculo de su figura, si lo comunica, y puede dejarlo como espectáculo para los demás.
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(Ocurre, a veces, que lo que presentimos de la verdad total se anticipa en la forma bella de la obra humana, poética o artística, sea en las modestas fotografías de familia, en los escritos del cajón o en las reflexiones más elaboradas, literarias o metaliterarias.)
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Por arte de magia, parece admirable la manera que puede componer un rostro cuando se entrega al trabajo, a la falta de sueño, sin conocer la esperanza que tiene. El arte de los matices que debe tener presente el ciudadano -yo- sabrá valorar justamente lo que dice esa cara, su duda, fragilidad y alegría. En cuanto espectáculo inmediato, de tránsito hacia la forma personal lograda, me doy por satisfecho con anotarlo: traslado nada más mi reflexión, que ocasionalmente adolece de sangre y la recupera considerando la dignidad y frescura del trabajo que otro hace. Para el Hacedor -el único- debe de ser agradable la visión de la tarea del héroe cotidiano que lo olvida de tan grande que ha llegado a ser su confianza.
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No existe forma más poderosa de recuerdo que el olvido.
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