(A propósito de Vicente Verdú)
Sin necesidad de otorgar más créditos de los obligados a unos ejercicios de sociología blanda que, a veces, confunden su procedimiento con su objeto, y se esfuman en el aroma de los datos y las publicaciones en inglés, no deja de ser acertado el esquema de una síntesis del capitalismo que correspondiera (modo de producción) a la fase cultural de la postmodernidad.
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No debe haber ninguna fe en los términos: ni postmodernidad ni capitalismo de ficción expresan ninguna sustancia, tampoco lo harán las propuestas alternativas en la denominación. Cabe interrogarse incluso si capitalismo o modernidad refieren a alguna condición esencial de la historia, si ésta no se fija más bien, críticamente, en una original disposición/ocultación de la verdad, o en una dialéctica racional que anteponga la barbarie a todo ejercicio del lenguaje (que también constituirá la meta del logos historizado, quizás como concreción histórica del mal en formas reconocidas o nuevas de totalitarismo).
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El modelo de Verdú rinde, a eso iba, en el análisis de obras destacadas del free cinema, al poner éstas en juego los factores personales y sociales de una crisis en el tránsito de las formas rurales a las formas urbanas de civilización. La revolución industrial no genera sólo una deslocalización geográfica, un traslado, sino un movimiento más profundo (aristotélico) que afecta a las cualidades y las relaciones entre los seres humanos. De ahí la parodia de las familias. Por último, cabe sospechar en el curso de la narración un futuro de posible desarrollo en el que las necesidades materiales estén cubiertas: un nuevo mundo de sobjetos, el neologismo infortunado y verdadero de Vicente Verdú.
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Nota bene: Aquí no hay ningún "a propósito" más que el de la autoría, y el de la lectura: esa responsabilidad que se pone en marcha y recuerda las virtudes de la humildad y el no juzgar con hierros candentes. Sea siempre la buena nueva.
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