31 de octubre de 2006

Podredumbre

¿Soy lo que leo?: una desgracia tras otra, la disolución del mal en la vida hasta que se termina por hacer normal el dolor (N. Mandelstam); la debilidad de un autoconcepto que cae preso de los dilemas ideológicos, intelectuales o la moda (De Miguel, Verdú); la llegada de una forma de vida que desordena incluso las metáforas consabidas (¿qué significa un red?, ¿cómo caer en ella y no fuera de ella?: Castells); la sombra que trae la tarde, en las estaciones y el otoño (yo, Pavese). ¿Qué río podría navegar, yo?
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El saber pedagógico según MFE: La escritura genera retóricas, engaños: las trampas de/para los otros. Se argumenta vallando la pobre parcela del yo -sobre todo si está académicamente blindado, amuralladas sus palabras- con el fin de cargar la culpa sobre los hombros de los demás. Igual que si un dios necesitase el libro, y a los intérpretes del libro, para perpetuar su inocencia, perpetrándola. Existe una pequeña carga criminal en el rousseaunismo difuso del saber: se justifica el mal en la tierra abandonando al dios, liberando a la vez a la mayoría de su insoportable responsabilidad, señalando la víctima propiciatoria, pues el mundo laicista también quiere sangre. Esta forma de stalinismo, la pedagogía, una religión estúpida tras los dioses muertos, santifica el sistema y no tiene ni un gesto de repugnancia delante de la sangre del individuo. Únicamente el gesto de la necesidad: esto es la banalidad del mal -carencia ¿ignorada? de reflexión- extendida a la normalidad de los mecanismos de la reproducción social, una mente de paranoicos, que es la adecuada para una sociedad dormida. La mentira se explaya como el aceite.
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Woody Allen: Todo lo que...
La ciencia quiere regir la vida, toda la vida, un interior que es un exterior. Esto sucede cuando lo privado y lo íntimo se habla en público, cuando ese hablar se lleva al extremo armándolo con rigor experimental. ¿Lo cómico traslada cuestiones serias? La invasión científica de la intimidad es una cuestión seria, y acompaña a la conversión de la opinión pública en el rumor, no de las olas sino de las gentes.
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Las decisiones son más bellas cuando son ajenas. Aunque me reservo la posibilidad de preguntar. Así puedo agradecer aquello que no había advertido, admirarlo aunque también rebajarme. Me pregunto (lógicamente no puedo responder) qué se gana al conocer el carácter selectivo y deficiente de la propia atención: ¿una mayor fidelidad a los hechos?, ¿la materia documental para un estudio de casos?

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