12 de octubre de 2006

Bajomodernidad, cuestiones

Un defecto de la literatura electrónica es que no se da razón de la proposición suelta, que falta la responsabilidad por la sentencia proferida/escrita. Se permite la exhibición de la vergüenza propia, pero bajo la condición del anonimato.
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Un imperativo, único, provisional: como en una torre de marfil, totalmente independiente, ajeno a toda opinión, sin más viento que el que sopla en la conciencia. Me doy cuenta de la dificultad de señalar la provisionalidad de un deber. No debería haber ningún problema parejo para el caso de las leyes, que contienen reglas de actuación sin más fin que la utilidad a la que sirven. Un imperativo que fija su categoricidad en negarla: ahora le doy un sentido a mi vida, ahora le doy otro. Pero realmente esto es lo que sucede, y la vida es inmoral.
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Depresión, lo mismo da seis mil pies sobre el nivel del mar que dos ojos encañonando el fondo de una avenida mediocre, con el celeste plomo suspendido, espeso y oliendo a humedad.
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No una impresión, que da la idea de una fijación en la conciencia, antes bien una sensación o un flash; en el inicio de los sentidos se halla lo mismo que en el empeño de emprender cualquier viaje: la presión conceptual, el trabajo clasificador del cerebro. Éste funciona por fogonazos, y no sería extraño que la sobreimpresión, el shock, que acaba con el sentido de la responsabilidad -lo inalienable: yo para los otros- quebrara una primera regla de formación de los conceptos, que el exceso esté prohibido tanto en la teoría como en la práctica.

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