14 de octubre de 2006

Bruckner/Mandelstam

El viento frío de otoño, imprevisto, cerró esta mañana las cárceles del alma, ablandando los huesos, restando electricidad a la carne.
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Un adulto infantil se deja guiar por el capricho -él no conduce sus caprichos, pues en ese caso cabría imaginar una voluntad santa y sádica (dialéctica de la ilustración)-, la voracidad plena de todos sus deseos, que le hacen sentirse víctima cuando quedan insatisfechos. Una mala adultez que lo quiere todo, de renuncia falsa a los límites, porque éstos existen, se acaban imponiendo y produciendo las figuras ridículas -aunque con ellas no se contaba al prncipio, no se quería conocerlas- de los hombres sin medida.
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Cuando Mandelstam se pone a sí mismo como linterna del país de los soviets (según N. Mandesltam) está ofreciendo de su persona la imagen de una ternura de la que se burla el poder político (él lo sabe y lo quiere). Multiplica su pequeño mundo de desterrado sin hábitat a través de los símbolos de una esclavitud universal: el Estado habla con la mentira, que tienta a los ciudadanos y se ríe, a su turno, de la prédica de bondad del buen Rousseau.
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La verdad literaria no puede originarse en el confort, más bien en la falta de espacio y en el paseo para escapar de la miseria del ciudadano-salvado-por-el-estado: en ese momento, hasta el frío y los caminos embarrados transparecen en su belleza, que no pertenece, evidentemente al objeto sentido/pensado, sino a la forma de la proposición que enuncia la verdad, consciente de su acción libre.

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