28 de octubre de 2006

Público, privado

Orwell: lo orwelliano pertenece a los hechos, a los principios de la filosofía; no importa si no encontrados, sí buscados siempre. El logos asegura inicialmente su verdad en el proyecto de una ciencia buscada, diferente del sistema teológico y del mito que antecede (vid. Aubenque). Las vueltas y revueltas de la razón, sus éxitos y fracasos, la conducen continuamente a la cuestión del background, de los fundamentos de la argumentación: ésta empieza con un acuerdo que después termina por deshacer/se. Si no encuentra el acuerdo, por un camino fácil e inmediato, tiene que ponerse a mirar detrás, o en otro lado: lo mismo sirven los arjai platónicos o preplatónicos que la política británica de los sense data, o la posición apriórica de un lenguaje tamizado por la ingeniería que vuelve insensatas las tentativas de asentarse firmememente... La razón, cuando está en el centro y cuando en los márgenes descree de ella misma, juega en casa: el escéptico y el dogmático disfrutan de la misma hierba fresca, de la servilleta en el suelo y la conversación entre hombres y mujeres. La fe y la tribu no participan de esta humanidad: la telaraña necesita de la mentira sistematizada, una voluntad de sí a las reglas que dice en su corazón no a las reglas, no a ti... Comprendo la facilidad del crimen histórico-sistemático si me pongo a reflexionar en algunas cosas de las que estoy viendo. La voluntad de verdad es, en efecto, una voluntad de poder -pues se quiere tener razón-, pero la voluntad de poder no se va a descansar porque le pongan delante el retrato de las mentiras: entonces trabaja con más alegría.
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Vale: lo público para todos, lo privado para mí, el sonido alusivo de las canciones poniendo melodía al interior, triste o alegre...
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En el límite: vaciamiento de la experiencia, el silencio escrito, la escisión de la modernidad: el horror trivial de El resplandor...

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