A veces se sube de un salto al sillón, se ubica a mi lado, apoya con fuerza las patas delanteras en mi hombro y mantiene su hocico pegado a mi oreja. Es como si me dijese algo; y, efectivamente, después se inclina hacia adelante y me mira a la cara, para observar qué impresión me ha producido lo que acaba de comunicarme; y yo, por complacerlo, hago como si hubiese entendido algo y asiento con la cabeza. Entonces salta al suelo y bailotea en torno de mí.
Para este animal quizás el cuchillo del carnicero fuese una solución, que, sin embargo, tengo que negarle por tratarse de algo heredado. Por eso tendrá que esperar a echar por sí solo el último suspiro, por más que a veces me mire con ojos humanamente inteligentes que parecieran incitarme a proceder con inteligencia.
En cualquier caso nos ocupamos de la piedad, odradek o cruz. De un sentir de la justicia incapaz de aprehender el desorden de la existencia, un sentir de la justicia que comprenmde el crimen (en el caso de F. K.)
No hay comentarios:
Publicar un comentario