Lo que se gana con la edad:
Quizás no me interese demasiado la inversión, la manía intelectual de los 180º, practicada por el autor francés en la historia del pensamiento, de los discursos y las prácticas, de las disciplinas teóricas y las otras, etc. Eso para los jóvenes que hagan tesis. Como diletante, a mucha honra, he descubierto un Foucault que no me esperaba: la mina de datos, el ratón de biblioteca, los textos recuperados, fragmentos de la ruina social y del tiempo histórico que van poniendo de manifiesto la infinita estupidez de la raza humana. No es de extrañar que el siglo XIX sea el siglo de Bouvard y Pécuchet; a la vista, verbigracia, de la tontería crudelísima que desplegaron los doctores para medicalizar, a sangre y fuego si era preciso, el autoerotismo infantil, por escribirlo piadosamente.*
Ahora bien, el viejo escéptico, oui, c´est moi, no deja de pensar en ningún momento que Foucault erige su sistema, su propia episteme, mediante una sinécdoque que se calla: toma una parte de los saberes y las prácticas institucionales, y la convierte en ley social. Inducción a la vieja usanza, distraída con la tinta de calamar que el filósofo francés despliega con su arsenal metafórico: discontinuidades y cosas así. No le hago caso a las metáforas. Me encandilo con las informaciones, aunque sospecho que todo es máquina de encantar auditorios.
*Como muestra, las págs. 233-235.
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