Intelijencia es diferir, omitir---
Nunca hacer, nunca hablar---
Que el pensamiento, si acaece, caiga en silencio. Sin soporte, igual que una hoja de otoño o una flor tardía---
Que las únicas armas fueran unos labios enfrentados.
Nunca dañar, dejar la dialéctica para el día después. Siempre el siguiente.
Un pensamiento... Cuánto daría por un pensamiento que no representara (teatro) una promesa de acción, y nada más que una retirada a lo propio. Las deudas, los agradecimientos, los abrazos.
A mí no me gustan las palabras que se gastan para defender. Son moneda sucia, aunque se lleve razón. Yo buscaría una isla, y en la isla una playa, y en la playa un bar y en el bar una mesa. Pasarán los viandantes, ajenos a todo lo que no sea el gratis de sus pasos. Sorbiendo lentamente el vino de los humildes podríamos callar o dejar caer lo mínimo, según el gusto libre del instante. Si una campana sonara no nos distraería de lo necesario, del goce puro. Estaríamos ajenos a la culpa, libres de la condena. Bendiciendo el sol que se oculta, y los ladridos de los perros que se saludan o se acuerdan de la luna. Atendiendo al ruido de los coches escasos, en el pueblo tranquilo, observando la maraña de los pájaros en el aire... [ y la conversación que nos traemos, animados por el dios que nos guarda a los que nada ambicionamos fuera de medida.]
Si yo quisiera para mí una calle... Entendedme, no la querría para mí, sino para vivir, aunque no fuera más que un momento... No me importaría que las gentes que pasaran hablaran un lenguaje incomprensible para mí, ni que fuera una amplia avenida que diera justo al mar, y antes del mar una plaza, que el mar se viera desde lejos, desde donde estemos sentados. Yo te miraría, lo miraría, y habría renunciado a los excesos. Del océano no tendría más que el atisbo de su ondulación eterna y, de vez en cuando, un ribete, un brillo del ocaso regalado por el sol. Yo no habría de surcarte, sino esperar...
Son mis sueños de veras modestos, de un parroquiano sentimental y rostro y vida comunes. Por nada pensariáis al verme que guardo en un cuaderno las vidas de Pessoa. Realmente no. Si albergo ilusiones, no lo puedo evitar, están hechas éstas de las horas de bien que me fueron concedidas, quizás cuando menos las buscaba, y donde no las buscaba. Una ciudad cuando era joven, los paseos eternos que di contigo, amigo mío, un viaje, llegamos por la noche, la avenida, los coches, eternamente... Qué bellos son fotografiados por la noche, el reguero de luz que los detiene, o cuando se mueven lentos, en apariencia, contemplados desde arriba, desde la habitación de un hotel. Como ningún sonido los señala, a nosotros se nos antoja que su movimiento es casi parada. Qué hermosura, Dios mío. Nos diste a los que casi nada tenemos, a los que ya casi nada queremos, la capacidad de contemplar el mundo. Un puente, un río. Cómo no sobrecogerte! Una carretera, y adivinar la dulzura del aire, no poder resistir la tentación de abrir la ventanilla. Pensar. Dejar de pensar, extasiados por la luna entre las nubes que nos acompañaba esa noche del año 200... (Se nos debe perdonar que queramos contar estas minucias después. Para nada deseamos que se nos tenga por hombres débiles que se entregan a sus afectos estéticos.)
...
(En nada se le conoce mejor la nobleza al hombre que en alegrarse de la alegría ajena, y en no preguntar. Cada vida es un recinto cerrado y tenemos que agradecer las escasas horas fugaces. Laisser faire. A esta política confío mis días.)
Aquí, donde yo vivo, no llega la arena del mar. Si que hay gentes de tez clara que se mueven de otra manera y hablan extraño. Vinieron hace tiempo. Compraron tierras y casas y nos hicieron ser distintos. No se puede decir que seamos amigos, pero nos toleramos. Con el tiempo quizás podamos entendernos. Puede que yo eso no lo vea, me siento demasiado mayor. Distinto, pero de distinta manera que ellos, los extranjeros pálidos.
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