Enorme cansancio: se paga la falta de sueño, la ansiedad acumulada en estos días. Parece extraña esta epidemia depresiva, la sensación de desamparo. Buscar y buscar, pero ¿qué?
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La debilidad alcanza a la razón, el corazón duele o lo parece. Al margen, en los márgenes, en los límites o casi, más bien, fuera de ellos, se va perdiendo la energía de los argumentos.
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¿Dolorido sentir? No. Una tela de araña. Lo peor, saberlo. Y que no importara. ¿Queda claro? No.
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(La humanidad, ese objeto despreciable)
En su obra sobre los genocidios en el siglo XX, Bernard Bruneteau proporciona al lector sufrido una impresión inequívoca: la certeza humeana -también humana- de que la razón es únicamente esclava, una vez que conocemos la gestión fría de una pasión cruel que se repite a lo ancho de los continentes, a lo largo del siglo: la de identificar un colectivo y tomar la decisión de borrarlo del mapa. Así fue con los armenios, los campesinos ucranianos, los judíos, los tutsis...
El siglo XX acabó, también en Europa, con el recuerdo activado de las ansias destructoras, en Yugoslavia. Según Bruneteau, deberíamos fijarnos en la expansión colonial del siglo XIX para conocer la antesala de la ruindad moral que luego se constituye como forma de la civilización europea, metropolitana: en las trincheras de la gran guerra, y en la retaguardia de la opinión pública de los países en conflicto.
Debe uno pensar que lo que los europeos aprendieron, con el sometimiento de las culturas "primitivas", lo aplicaron posteriormente contra sí mismos. Porque, aparte de la identificación genocida de un Otro étnico, social, religioso o político, está la realidad de una guerra civil (europea, según Ernst Nolte) que va desplegando sus alas de muerte en diversos países de Europa. Algo que sabemos aquí, y de su retórica casi centenaria, obedientes como somos a los mitologemas de la memoria y del olvido. Tan poco apasionados en nuestro amor por la razón, ese amor de filósofos que no tenemos.
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