(Speculus mirabilis)
Dos salidas para la prudencia:
a) hablar sin convicción o con demasiada convicción, dejar que la estupidez de tu lenguaje te retire o que te retiren, y confiar en no perder el saludo...
b) inventarte una ocupación para la que es evidente que no estás dotado: intentar poner paz cuando tu alma es un conflicto continuo.
***
-¿Qué piensas?
-Paseo. Así no pienso.
***
(Esta tarde)
Con otro ánimo.
Pero qué difícil es estar a la altura de lo que me ha tenido que decir este hombre. Alto de moral = alto de ánimo. Pues el alma debe ser fuerte para tener que decirse cosas así, y aguantar el tirón del tiempo y de la esperanza. (Y que así sea y el cuerpo aguante.)
***
El alma de los historiadores también tiene que estar hecha de hierro.
La lectura de Dictadores, el estudio comparado (paralelo o simultáneo, más bien) de las dictaduras de Hitler y Stalin, por parte de Richard Overy, encierra -para nosotros- en el magnífico guante de seda del estilo del historiador británico una de las más podridas lecciones que puede dar el siglo: cómo se va deshaciendo la prudencia del ciudadano en comodidad, complicidad y, finalmente, en participación directa en el crimen. Aquí los filósofos-teólogos (W. Benjamin) encontraron una mina, que luego les mató.
("Encerrar" no es el verbo adecuado.)
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