En la memoria –espejo movible y borroso, agua turbia- mete su mano el narrador, queriendo encontrar algo de vida, distinta de la facilidad del presente: ese hombre mayor que cruza delante de mi coche por el paso de peatones, un poco desorientado, es el mismo que hace unos treinta años nos llevaba a mi madre y a mí a la playa de San Juan de los T. Me acuerdo de que un día estuvimos a punto de sufrir un percance serio, me parece que por un adelantamiento peligroso que hizo: un niño olvida pronto eso y goza del agua y del sol, y, antes de todo, de la promesa azul infinita de un día, vista de lejos: el mar.
(El narrador, figura enteca del lenguaje literario, ¿debería tener deseos? La pregunta traslada al interior de la lengua la duda que asiste al autor acerca de la –su- relación con la vida.)
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