¿Cuál puede ser el balance final de pérdidas y ganancias?
El mandato de la información sustituye al de las masas: se ha conseguido que no nos destruyamos unos a otros -porque no se puede decir que seamos nosotros los que han logrado que sea así. Aceptamos un conjunto de condiciones o procedimientos para, hablando o negociando, llegar a unas conclusiones determinadas, a la acción. (Esto ocurre en muy pocos sitios. Es verdad. La guerra es general.)
No importa demasiado que esté, en muchas ocasiones, la fuerza detrás de las posiciones (posición de fuerza: no principio racional, autoevidente), sea la de los hechos o la de los votos. El sentido de unos y otros podría cambiar y los procedimientos decisorios seguirían igual: el formalismo garantiza no llegar al crimen, ni estatal ni terrorista. No es poco.
Ocurre que "información" califica a la época, a la "era", como antes la calificaba la idea y visión de la muchedumbre, de lo masivo. La patencia de la humanidad -las masas- no trajo nada bueno, puesto que no se trataba de la verdad: en algún momento de la Ilustración se torció el camino de cristal cartesiano y el espíritu fue sustituido por el pueblo, las ideas fueron cambiadas por doctrinas, la torpe democracia por el poder eficaz (según rezaba la propaganda).
Pensaremos, porque no hemos perdido la libertad política de hacer discursos, que ahora la verdad ha sido sustituida por la técnica: inmediata, aparecida en un primerísimo plano, que está ahí. (Evidentemente esta percepción está ya filosóficamente orientada, aunque esto no debería favorecer la contraargumentación de quien ha renunciado al discurso racional fijado por la tradición, de signo veritativo.) La "información" se nos manifiesta exactamente igual que la imagen televisiva o cinematográfica.
(La radio ocupó históricamente el lugar principal en la conquista totalitaria del poder; no es absurdo hablar de una imagen radiofónica, a la manera de un lugar intermedio de las representaciones, pues no se trata de conceptos puros al margen de la capacidad fantasiosa del oyente: éste tiene que imaginarse la muchedumbre contando con el ruido que hace.)
En todo esto hay una deriva peligrosa, muy probable: se renuncia a los libros de historia, a favor de las crónicas periodísticas y, en último término (perdidas las esperanzas, de tan olvidadas), a favor de los libros de viaje, las impresiones narradas, sin que importe que la escritura pertenezca al mismo momento de la percepción del viajero, o que sea reelaborada (autorial y editorialmente) muchos años después.
(Con la tecnología de la imagen se ha malogrado la intención de una representación objetiva. Emprende la filosofía su camino de vuelta, una retirada, huyendo de la tribu.)
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